martes, 21 de agosto de 2007

Terremoto

El miércoles en la tarde, estaba yo por el mercado de Jesús María cuando sucedió el terremoto. El más fuerte, según dicen los expertos en sismografía, desde los años setenta. Esa noche del miércoles, a pesar de que todos sabíamos que se trataba de un sismo grave (y como se manifestaba en las diversas emisoras de radio), no nos imaginamos que tendrían tan nefastas consecuencias. El Sur del Perú está devastado. La ciudad de Pisco está prácticamente destruida. A pesar de que mucha gente está enviando ayuda y están llegando los víveres y apoyo del gobierno, el panorama es muy desolador. No hay agua, tienen hambre, los cuerpos están regados por la Plaza de Armas, y ni hablar de los pueblos aledaños, donde también se necesita ayuda con urgencia.

Según el último reporte de Defensa Civil, la cifra de muertos ascendió a 450, y más de 3000 heridos. La ayuda humanitaria recibida asciende a 72 toneladas, sin embargo, debido a la desorganización, galones de agua se malgastaron entre el desorden y el caos.

A nadie le gusta hablar sobre estas cosas. El Perú necesita ayuda. Necesitamos ayuda y necesitamos solidarizarnos con nuestros hermanos. En cada distrito hay un puesto de Defensa Civil que recolecta medicinas, alimentos no perecibles, ropa, y todo tipo de ayuda que podemos brindar. Agradezcamos a Dios por habernos cuidado en una catástrofe como ésta, y pidámosle que traiga consuelo en los corazones de los danificados, y aquellos que han perdido a alguien. Esperemos que los rescates sean efectivos, porque aún hay personas atrapadas bajo los escombros, como en la Iglesia de San Clemente.

Sólo una cosa más me queda decir, y es lo que me dijo una amiga anteayer, mientras hablábamos de esto, y que se lo dijo su Padre (de arriba). “Dios no está en el terremoto, está en silbido apacible y delicado, que viene después.” Para entender mejor esto quisiera copiar textualmente lo que dice 1 Reyes 19:11-13 sobre el profeta Elías:

11Y Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová: mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto: mas Jehová no estaba en el terremoto. 12Y tras el terremoto un fuego: mas Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silvido apacible y delicado. 13Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y paróse á la puerta de la cueva. Y he aquí llegó una voz á él, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?

Estos días nos podemos entristecer mucho, solidaridarnos, lamentarnos, y hasta renegar contra la “furia de Dios”. Pero debemos entender, así cómo lo hizo Elías, que Dios no es el destructor-juez-acusador que demuestra su poder con pompa. Él no está en el terremoto. Él está en la paz que se puede recibir de un silbido apacible, luego del desastre. Él se muestra a través de nosotros, de nuestra ayuda, de la calma que le podemos brindar a nuestros abuelos, padres, hijos, etc.

Él nos cuida, y nos ha protegido durante el sismo, como siempre lo hace. Debemos agradecerle, y estar conscientes que está ahí, con nosotros los peruanos, abrigando a los que tienen frío, buscándole resguardo a quienes no tienen casa, dándoles de comer a los que tienen hambre. Él no muestra su poder con pompas gigantescas a los David Copperfield (aunque de hecho lo supera), sino con el amor que podemos dar, la ferocidad de la paz que podemos brindar, y el agradecimiento hacia Él. Dejemos que su amor se muestre a través de nosotros, y hagamos todo lo que esté en nuestras manos para ayudar. Demostremos que no sólo tenemos amor para dar, sino ferocidad. No hagamos escándalo, no seamos “terremoto”, sino lo que más necesitamos todos en un momento así: un silbido apacible y delicado, una gota de paz en medio del caos.